Nos han enseñado desde pequeños a contar y pensar en cantidades pequeñas. En el colegio, la tele, las películas, el entorno familiar… Hemos crecido mayormente en la cultura del esfuerzo en la que cualquier mínimo movimiento supone un gran sacrificio que normalmente es compensado de manera económica, y que a su vez, resulta casi siempre insuficiente.
De modo que hemos crecido aprendiendo que tenemos que poner el foco en cuánto tenemos que trabajar para conseguir lo que queremos en lugar de elegir hacer algo con lo que nos sintamos productivos y útiles para sentirnos de la mejor manera sin prestar tanta atención a la retribución económica.
“Si no hay pena no hay gloria”. “Todo sacrificio tiene su recompensa”. El refranero popular resume la sabiduría del pueblo, pero también la manera de pensar de una sociedad que ha permanecido controlada por entidades superiores al poder de los gobiernos, o sea, por los que mandan sobre los que mandan.
Me imagino cuántas innumerables historias no han logrado la esperada recompensa después de tanto sacrificio… Luchar durante años para conseguir poco, lo mínimamente digno, y además mantener la esperanza viva de alcanzar sueños es lo que sin duda hace cabalgar a muchos años tras años. Sin embargo la fórmula parece incompleta, porque uno anda siempre echando a faltar todo eso que no tiene… Y mientras tanto, se sucede la vida…
Hoy día parece de osados elegir la opción de hacer únicamente lo que te hace sentir bien, porque estamos programados para contar céntimos y a considerar que lo que hagamos, nos guste o no, ha de ser el medio para lograr el objetivo de pagarnos la vida, con lo que el hecho de sentirnos realizados siempre queda en segundo lugar y se dice que eso solo le sucede a los suertudos, como si la suerte fuera un capricho azaroso. No señor, la suerte se trabaja, y se trabaja en la cabeza.
Me pregunto cómo habría sido todo de haber sabido todos esto antes…